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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Los ricos también lloran

El presidente de EE.UU., Donald Trump, en una foto de archivo. EFE/EPA/SHAWN THEW

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Teníamos ya asumido que eran los ultrarricos, los que apoyaron desde el principio al zar de la Casa Blanca, quienes se habían llevado el gato al agua y ejercían el Gobierno real de los Estados Unidos. Luego nos enteramos de que los ricos que auparon a Trump son los que más están perdiendo con sus aventuras arancelarias, por lo que no han dejado de presionar al presidente para que eche el freno en su descabellada guerra comercial con el resto del planeta. Y, al parecer, estas presiones han dado algún fruto con la actual tregua arancelaria, que incluye a Europa, pero excluye a China, que es, para Estados Unidos, el principal enemigo a batir.

En poco más de tres meses de Administración Trump, se ha pasado de la adhesión incondicional de las grandes compañías al actual presidente a dejar claro que una cosa es estar juntos y otra andar revueltos; y de la chulería sin frenos del inquilino de la Casa Blanca al sometimiento del poder presidencial a los intereses empresariales que le sustentan.

Lo que ha venido ocurriendo estos días parece revelar algo apasionante para cualquier análisis. Y es la brecha abierta entre una oligarquía que ha recibido con aplausos y vítores a un presidente que creía “suyo” y la autonomía operativa que este último ha tratado de mantener (y probablemente querrá seguir manteniendo) para alterar el futuro del mundo en función de sus obsesiones ideológicas. Aunque en algún momento puedan ser radicalmente contrarias a los supremos intereses de los poderes económicos.

Nada nuevo en la historia, por otra parte. Puede estar ocurriendo con Trump lo que en su día ocurrió con Hitler: que las grandes compañías alemanas que le apoyaron creyeron vérselas con alguien a quien no se tomaban demasiado en serio y cuyos delirios podrían remodelar en su beneficio. ¿Menospreciaron entonces, y menosprecian ahora, el peso brutal, y brutalizador, que impone el ejercicio de una ideología política totalitaria? Eso parece a la vista de los hechos. Que los desconciertos y pánicos mundiales por el peligro de una recesión económica global pudieran coger al presidente jugando al golf, nos da una idea de lo cómodo que se ha venido sintiendo enfrentándose al resto del mundo, aunque al final haya tenido que recular.

¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Es muy posible que, con la juerga arancelaria, Trump haya creado un monstruo con vida propia que acabe siendo inmanejable. Y tanto, que llegue a obligarle a medidas contradictorias sobre la marcha. Porque los ricos también lloran. Y, por lo que se está viendo, aún siguen llorando con bastante eficacia. Pero esto no ha hecho más que empezar. Estamos aún en los primeros compases de una política descabellada que no sabemos aún lo que nos puede deparar en el futuro.

Parece que al actual ocupante de la Casa Blanca las situaciones caóticas le revitalizan. De ahí que, en sus poco más de tres meses de mandato, los tiempos políticos se aceleren notablemente. En ese tiempo Trump ha conseguido limpiar su país de científicos, trabajadores públicos, pensadores, políticas sociales, inmigrantes y libertades básicas, modelando unos Estados Unidos muy poco atractivos para el resto de la humanidad. Entre otras razones, porque ha perdido la capacidad de liderazgo que hasta ahora venía manteniendo.

Y ha conseguido, igualmente, con su chulería, sus desplantes y su afán de humillar a quienes no comulgan con sus intereses, enfadar y asustar al resto del mundo, además de activarlo para el combate directo. Porque no parece muy habitual que un presidente norteamericano amenace directamente con invasiones a países como Dinamarca (Groenlandia) o Canadá. Con el resultado, dicho sea de paso, de aumentar las expectativas electorales de los partidos gobernantes en ambas naciones. Algo natural, por otra parte, si tenemos en cuenta que los nacionalismos de signo imperialista activan los nacionalismos reactivos de signo contrario.

¡Quién nos iba a decir, además, que un Elon Musk, encargado en el auge de su poder de echar a miles de funcionarios de la Administración estadounidense, iba a verse públicamente cuestionado, tras probar en sus propias carnes los perjuicios empresariales ocasionados por sus políticas arancelarias.

Todo parece muy volátil, muy pasajero, en los Estados Unidos de Trump. Queda por ver si esta inestabilidad pudiera afectar en algún momento al propio presidente, amenazado por sus propias volatilidades, que aportan más desconcierto que certezas. A lo mejor, ahora que Trump se ha dignado ponernos el culo para que se lo besemos, más de uno y más de dos ardan en deseos de propinarle un puntapié. ¿Quién puede asegurar que, con la que está cayendo, en la sociedad americana no se esté gestando un 15 M autóctono?

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